martes, 6 de noviembre de 2012

Conversaciones con Raziel.


-He soñado contigo.-
-Lo sé, todos los de tu tipo sueñan conmigo.-
-Y ahora eres mío.-
-No. Ahora me tienes, pero no soy tuyo.-

Una bala entre los dientes. El tiempo es eterno cuando sólo te queda ese último segundo. Tu mente corre, revisando cada esquina de tu vida, cada calle de tus recuerdos, cada callejón de tus arrepentimientos. El tiempo se torna eterno y sientes el metal trizarte las muelas de a poco. Sientes el plomo desgarrar tu paladar, abriéndose camino por tu cabeza. Y tu mente se mueve a la derecha, buscando refugio en la expiación. El plomo destrozando el nervio óptico, y vislumbras el mundo por última vez, dándote cuenta de la realidad: Un puñado de luces y sombras. Un estallido de colores. Un golpe de mortalidad. Y ahora te repliegas sobre tu cerebelo, dejando la racionalidad de lado. Ahora eres instinto y la bala pasa, objeto ajeno, enviado de Tánatos, por sobre las primeras neuronas. Pierdes el habla. Quieres gritar “Madre, sálvame del infinito que me he convertido” pero nada sale. Y la explosión de plomo en tu cráneo es precedida por el más absoluto de los silencios.

-Jugaste todo muy bien.-
-Nunca he sido un buen perdedor.-
-Tampoco ganaste nada.-
-No es cierto.-
-Ilústrame ¿A quién ganaste?-
-A ti.-
-Es justo.-
-Justo y necesario.-

Somos todos mariposas en este mundo. Un mundo de huracanes. Es la lucha constante de volar sin que nos rajen las alas, esas alas hermosas, de tantos colores, de tantas maravillas que nos esmeramos en conservar. Somos todos mariposas en huracanes, tratando de encontrar un rumbo que nunca existió. Tratando de llegar al ojo de la tormenta, para encontrar paz, perspectiva. Inocentes frente al hecho de que el mundo se destruye a pedazos. El mar nunca fue un alivio. El cielo nunca fue un descanso. El infierno está allá abajo, donde están las flores. Dios-padre hundido en las profundidades del mar, contando los segundos en su reloj de oro y perlas. Ensimismado, incapaz de preocuparse de nada que no sea el tiempo, pues el suyo se acaba. Dios-padre nunca fue dios, sino un niñato preocupado por  sus juguetes. Dios-padre rogándole a Cronos que aminore el paso. Mariposas todos, tratando de no adentrarnos en las flores. Esas flores que nos llaman, que nos atraen con sus colores de fantasía. Sus hojas hechas de millones de hebras electrónicas entrelazadas, pulsando verde inorgánico que roba vida. Una red mundial de flores pérfidas.

-¿Dolió?-
-No.-
-¿Fue rápido?-
-No, todo lo contrario. Cuando un perdigón explota en tu cabeza, los sientes. Cada partícula, desplazándose, comiendo, rasgando. Es lo más cercano al éxtasis que he estado. Es como un nirvana de destrucción.-
-¿Y valió la pena?-
-No lo hubiese hecho sino.-
-Te amo.-
-Los tuyos siempre me van a amar.-

Basta un pequeño movimiento de tu dedo índice, casi que es un acto reflejo. Ya no lo piensas. Y yo; yo deseando cambiar, ser otro, de otros colores, de otras formas. Convertirme en todo aquello que nunca fui. Me quedo sin palabras. El acto comunicacional se transforma en telepatía. Mi alma está ahora lejos, contemplando todo desde la punta de la torra más alta de la catedral. Se divierte con el espectáculo. Y justo antes de jalar el gatillo, tu mente murmura “te quiero”.

-Sus ojos…-
-No hables de sus ojos.-
-¿Por qué?-
-Eran azules.-
-Hay muchos ojos azules.-
-Pero él tenía sólo dos.-
-Y su cuerpo era divino.-
-Nunca me fijé.-
-Te fijabas en otros cuerpos.-
-Sí. Encontré placer en miles de otros cuerpos. Un orgasmo que podría durar años.-
-Pero nunca duró más de un segundo.-
-Los segundos se extienden durante vidas enteras.-
-Y sus ojos ¿Qué encontraste en sus ojos?-
-Nada. Nunca encontré nada, pues nunca tuve que buscar. Me lo dieron todo.-
-Y lo perdiste todo.-
-Para ganar hay que perder.-
-Entonces ¿Qué ganaste?
-Conocerme.-

Un sistema nervioso redundante, capaz de cerrar las secciones que están recibiendo demasiado daño. El fluido neurocondutivo pasa los estímulos desde una terminación a otra, llevándolo a callejones sin salida. Tu cuerpo es capaz de resistir cualquier castigo, de moverse incluso por sobre la perdida sensorial absoluta. Yo, en cambio, soy una gran red que se extiende por toda la ciudad. Mi brazos sienten millones de brazos. Mi piernas recorren infinidades de calles. Mi dolor es su dolor, pero yo no impongo. Me cierro. Ellos son preciados para mí. Son como mis dedos, no quiero perder ninguno de ellos. Y así nos conocimos. En un parque donde mis millones de ojos se encontraron con los tuyos.

-Tu alma está ligera, pero tus pecados pesan más de lo que puedo levantar.-
-No me importa.-
-Para que este proceso funciones necesito que-
-Ya te dije que no me importa.-
-Pero no podemos quedarnos sin un nodo.-
-Pues van a tener que conseguirse a otro.-

El amor es un borracho inconsciente en la Avenida Libertad.

-Tienes que cooperar.-
-Haré todo lo posible, pero no volveré a él.-
-No es sólo él, son millones más.-
-Que alguien más se preocupe.-
-Ya no queda nadie más. Solo yo y los míos, y tú.-
-¿Y las flores del mal?-
-En su lugar, inactivas.-

Tus labios tenían sabor a canela. Tus besos eran intoxicantes. Tu piel fría. Tu pelo inexacto. Tu sonrisa culpable. Nada en tu cuerpo gritaba inocencia, pero sabías mentir. Desafiábamos la gravedad. Caminábamos sobre hielo delgado arrastrando una horda de consumidores tras nuestro. “Déjalos caer” me decías “el mundo es menos helado que este lago”. Te amaba sin entender la palabra amor. Sin siquiera saber pronunciarla. Mi boca se contorsiona de mil formas distintas buscando la combinación exacta para poder pronunciarla. Nunca pude decirte nada que no fuera un hilo de colores musicales bordados con pequeños gestos. El amor nunca fue nuestro.

 -Destrúyelos.-
-No es mi trabajo. Yo he venido a salvarlos.-
-No vale la pena.-
-Claro que sí. Sé que aún lo quieres.-
-¡Lo amo, Raziel, lo amo! Y aún así, destrúyelo.-
-El sistema puede funcionar con ustedes dos. Sus cuerpos han demostrado ser complementarios.-
-Busca a otro.-
-No habrá otro en 6749 años.-

Me dijiste que tu nombre era Lucas. Que eras la luz. Que mi nombre era Federico y era la paz. Me dijiste que podríamos salvarlos a todos y luego me diste un beso. Extraño tus manos grandes, más grandes que las mías. Extraño tu sonrisa chueca, tu mirada transparente y tu exquisita forma de fallar al mentir.

-Él te está esperando.-
-Pues que espere.-
-No es prudente hacer enojar a Dios.-
-A tú dios, porque no es el mío.

Recuerdo la primera lágrima que rodó por tu mejilla. Fue él día en que te dije que iba a morir. Eramos niños jugando a ser adultos. Una vida en conjunto sin nada que fuese nuestro. Lloraste amargo y te besé los ojos. Mis labios quedaron salados. Te expliqué que no era tu culpa, que la mortalidad era justamente lo que necesitaba. Preferiste guardar silencio y refugiarte en una pierna entumecida. Mis palabras como hormigas. Mis besos como hormigas. Fue la primera vez que entendí que no serías nunca mío.

-El tiempo se acaba.-
-No es mi problema.-
-Si tu no accedes, el mundo será de los cazadores.-
-El mundo siempre fue de ellos. Yo soy el depredador supremo.-
-Depredador con el corazón devorado.-
-Las emociones son una molestia.-
-Una molestia que va a terminar matando a todos.-

Te recuerdo con tu cabeza en mis piernas, tus manos enterradas en la arena y tu mirada perdida en el horizonte. Te recuerdo como mi mayor confidente, pero no recuerdo haberte contado nunca nada. Recuerdo tu peso sobre mí. Es cierto, te extraño. Por eso esta bala. Por eso esta negación.  Espero algún día Raziel pueda explicarlo todo.

-Las flores han hablado.-
-¿Cuál es su veredicto?-
-Has sido perdonado por el pecado de suicidio. Lucas habló en tu defensa.-
-¿Qué hace el acá?-
-Tu muerte lo mató.-
-Pero su sistema nervioso…-
-Tenía muchas terminaciones, pero un solo centro. Tú nunca entendiste eso. Tu vida, su vida, nunca fueron dos. Son uno. Y ahora el proceso está completo. No importa si no quieres, con él aquí, podemos usarte.-
-Raziel, todo este tiempo ¿fue sólo para esperar que él llegara?.-
-No, fue para que entendieses.-
-¿Qué cosa?-
-Nunca el amor va a destruir tantas vidas. Sólo la tuya.-

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