miércoles, 13 de junio de 2012

Matiz.

Pianissimo.

Ella tiene los ojos verdes. Ella ha estado tomando  mi mano desde que tengo memoria y sus ojos verdes han iluminado mis pensamientos desde que tengo recuerdo. Ella tiene los ojos verdes. 


Piano.

La conozco de antes, de siempre. La novedad es otra. Es el sabor de sus labios, el aroma de su pelo, su fugaz mirada y su permanente sonrisa. Es el aire que escapa de sus labios con cada "ese". Ella es lo novedoso. La amo, como ella me ama a mí. Como una fuerza natural. La amo, pero la voy a destruir. Lentamente, como el mar a las rocas. Con cada lamida me llevo un fragmento. La menoscabo con cada beso. Y como el mar, la voy a terminar haciendo mía. Arena, será arena. Sólo fragmentos de lo que era.

Mezzopiano.

Se mueve entre la gente y yo tras ella. Hábilmente esquiva todas mis miradas y juega con todos los ojos. Bate las pestañas a desconocidos, le regala sonrisas a los pasantes. Da su cuerpo a probar a vagabundos y sacerdotes de las sombras. Le entrega su alma, pura, bendita alma de súcubo, a la luna. No soy el causante de sus aflicciones, solamente el catalizador de la euforia. La contengo robando cada piedra a que está por pisar. Negando su caminar etéreo le niego su libertad. Este sueño de invierno nos va a consumir a todos, pero nunca antes de congelarnos las venas. 
Me habla de su madrastra. De los nombres que le dice para golpearle la cara sin tocarla. Puta, maraca; Lolita, le dice, casi con cariño. Un intento de introducir agujas-adjetivos bajo sus uñas-sustantivos. Le digo que se callé porque está bañada en lágrimas. Se esfuerza por ser perfecta y la odio por eso. No se da cuenta que su imperfección es la llave universal por la cual, la misma perfección, desaparece avergonzada. El frío del invierno se ha llevado, en sus nubes grises, el color de sus ojos, dejando solamente un verde absoluto. Muerto, como un bosque artificial. Como un adorno barato

Mezzoforte.

Me jura amor eterno y es otra vez ella, la piedra. Ella, ahí, con su "te amo" inmanente, su vestido vaporoso, sus ojos verdes y su roquedad. No entiende. Y yo, con mis rodillas maltrechas, mis palabras formando cuchillos en mi lengua, mis mentiras como hielos en el agua. Somos dos escapando de todos. Ella por mí y yo de ella. La amo, sí, como nunca he amado a nadie, excepto a mí. El alcohol me quita las penas. El dulce alcohol me lleva a golpearla con palabras. Con un te amo descarnado. Con un te adoro susurrado. Con un gemido ahogado entre su pelo. La quiero como al sol. La necesito cerca, pero no puedo sostener su mirada. Mis ojos, sucios de telarañas y lágrimas, de lamentos y obscenidades, de tanto vivir; no pueden con ella. Ella que es pura, incluso en cama ajena. Que es un grito de afrenta a Dios y sus monjas, me tortura con su sonrisa. La reemplazo con otras. Llegan los ojos negros que me dan consuelo. Ojos que se llaman sin llamar. Ojos de una mujer absurda, que es sólo senos y nada de sonrisas. Penetro a esa mujer con rabia, intentando rajarla como a puta londinense. Mi semen en su cara y no se ahoga. Mis manos tirando de su pelo y no grita. Mis sollozos en su oreja y no escucha. Y luego ella, la de los ojos verdes, incapaz de decir otra cosa que un "te amo". Sin sentir, sin golpear, sin despedazar mi carne. Ella, que visita otros cuerpos y vive para contarlo. No, me niego a pensar en ella con otros. Me niego a creer que otros dedos siguen los trazos que hicieron mis dedos. Incluso cuando he sido testigo de esos otros recorriendo su piel, cierro los ojos y me fugo. Soy nuevamente un niño desnudo corriendo por la playa de arenas doradas y aguas turbias.

Forte.

Ahora es otra la que duerme en mi cama. Un desafío a las parcas que esta desconocida concilie el sueño en el mismo lugar que antes ocupaba ella. Las odio, a ambas, es cierto, pero la sigo amando. Mi espalda busca la pared y mi pie, su abdomen Es flácido, lleno de grasa, como una medusa recién sacada del mar. Tenso los músculos y pateo. Cae de la cama y su cabeza golpea el suelo con un sonido hueco, como la noche que pasamos juntos. 
Y ella aún me sonríe cuando cierro los ojos. Dulce demonio que plaga mis noches y no me deja escapar de ese verde venenoso. Soy una vida en pausa esperando su retorno. Los días pasan lentos y las horas rápido. No hay sentido de la belleza ahora que sus ojos ya no están. El fuego me busca pero no me encuentra. La deseo como nunca había deseado nada. El llanto de un violín me saca de mi aturdimiento y entiendo: Ella existe en otra parte. Existe.
La llamada de madre me despierta. El sol naciente de primavera rebota en cada gota de rocío artificial de mi jardín. Madre, al teléfono, con su preocupación fingida de mujer de La Obra, me pregunta si estoy bien. Si la de ojos negros está bien. Si estamos bien en nuestro nuevo departamento del piso uno, con jardín comunal incluido y vista al mar. La Serena es un falso nombre. Sus noches eléctricas, llenas de alcohol y promesas rotas, de vidas desperdiciadas y contragolpes al orgullo, de dignidad perdida a la orilla de ese mar turbulento que intenta tragarse el faro. Miento y respondo que sí. La Serena es el lugar al que vengo a morir, entre olas y helicópteros, entre mate y arena. Caminamos de la mano por la Avenida del Mar, compartimos un helado de La Crisis. Somos dos enamorados perfectos sin serlo. Ella duerme conmigo y folla con otros. Es mi cama, nuestra o de ellos. Y yo a veces me sumo, o me pierdo o duermo solo en la arena. No es difícil sonreír y hablar de amor sin sentirlo. Y todo este tiempo, ella, con sus ojos verdes, nos vigila atentamente. Me meto al agua y le ruego a Yemanyá que me proteja o me lleve en la quinta ola. 

Fortissimo.

Lo he abandonado todo. el futuro ya no existe mas que como verso reiterado. Una falsa promesa sin cumplir, como tantas en mi vida. Sí, lo he dejado todo y he venido a verla. El pasto verde nos rodea. Un mar de verde con sus triste olas y su interminable ausentismo espacial. No hay árboles que generen sombra para refugiarse del inclemente sol. A lo más, algunas mustias flores proyectan su recortada silueta sobre el verde eterno, ajenas a todo propósito o significado. Le susurro un te amo y luego vomito mis últimos tres años sobre ella. Le cuento sobre la actual y las pasadas. Le cuento acerca del mar en las desembocaduras de los ríos y acerca de que nunca he hecho el amor ahí, o en ningún otro lugar. Le digo que la extraño y podría jurar que la vi sonreír, o que su encantador vestido blanco se meció con el viento. Le miento al decirle que la vida me ha dado un final profundo, pues nada en mi vida llegó muy hondo. Me quedo aquí, sentado. Apoyado en su fría lápida jugueteando con sus encantadoras flores muertas. El sabor a metal y el martillo que suena como un aplauso.