miércoles, 23 de enero de 2013
Deja el whisky en la repisa. Segunda parte.
-Mierda snob.- Maldice Jacob mientras cruza rápido el estacionamiento lleno de deportivos del año y utilitarios de lujo. Sube a su moto y se larga. “Mierda snob” continua pensando mientras hace su descenso desde el mundo de los ricos y famosos a la grieta en la que Dios, en la infinita sabiduría que tanto le atribuye su madre, vio propicio hacerle crecer. Una población callampa incrustada en el costado del barrio más caro de toda la ciudad. “Somos la herida purulenta que no sana nunca, ni nunca sanará. Somos el recordatorio de que, encerrados en sus grandes casas, en sus condominios con rejas y guardias, todo arde. Somos el pus de esta ciudad. Y yo se los estoy dando de alimento, dando de coger”. La madre de Jacob se encuentra sumida en otra de sus borracheras espirituales. Sus labios se mueven a una velocidad sobrehumana mientras recita el Ave María. El hijo aprende de los errores del padre, por eso ha decidido que esta noche la abandonará. Sus cartas ya están jugadas. Ahora sólo queda el descanso eterno. Ha pensando en poner una bala entre los ojos de la mujer que lo parió, pero no, eso sería llevarla exactamente donde quiere. Mejor seguir el plan de su dios, y mantenerla en calidad de la santa puta de los habitantes de esta llaga. Mientras que él desaparece entre la noche y sus diamantes escondidos. Ya no más jugar al proxeneta, ya no más ser el invitado extraño, la mula. Es hora de tomar el lugar que le corresponde, como el correcto gobernante de las noches de esa basura snob.
Christine sonríe frente al espejo. Sus labios rosados, sus pezones carmines, sus pechos blancos, redondos, perfectos. Desafían a la gravedad y la someten. Sus pechos como armas. Su cuerpo como veneno. Christine siempre ha disfrutado de ciertos bailes, el flamenco, la lambada, la salsa; pero nada como el tango. El tango es un baile de seducción y de poder. Ambas partes se deslizan sobre la pista, buscando dominar al otro. El hombre con su fuerza, siempre tan obvio. No así la mujer. Un cruce de piernas, un giro de la mano, una mirada al vacío. Sí, el hombre toma a la mujer y la levanta, la gira; pero es ella quién así lo quiere. Es él el que guía, ella la que termina. Y ahora Leo cree que puede jugar con ella y escaparse con esa basura. A Christine siempre le ha gustado el tango porque la vida le ha enseñado a moverse rápido, suave y decididamente, pero nunca destruir la ilusión de estar siguiendo el paso y el ritmo de otro. Chriss sonríe frente al espejo y su mundo se vuelve rojo. Traición, venganza, olvido, muerte, amor; pasión, dame pasión. Toma su teléfono y marca.
Leonardo despierta con una extraña sensación de felicidad. El mensaje en su celular no hace sino acrecentar esa sensación. El cielo y la tierra alineados para hacerlo a él dueño de todo y todos. Sí, este es su tiempo. Desde la terraza llega el sonido de un bandoneón, lo cual quiere decir que su padre ha vuelto a casa. Baja y lo saluda con un beso en la frente. Le saca un par de uvas del plato y lo escucha mientras el viejo le cuenta de sus negocios en Río. Y mientras el viejo habla y toca su instrumento, su mente divaga. Su mirada se posa sobre la piscina y recuerda haber visto a Daniel la noche anterior. Estaba con una mujer, pero no puede recordar quién. Sabe que la conoce, pero no recuerda su nombre o de dónde es que la conoce. No importa. Se enfoca en los recuerdos del amanecer. En el recuerdo del sabor de su boca, del toque de sus manos, de sus ojos y esa mirada tan honesta, que nunca se había percatado y asume me esconde. Debe de haber sido el primero en haberla visto.
-Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca me miras y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos…-
-las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene con su perfume viejo y un silencio. Julio Cortázar.-
-Quería sorprenderte.-
-Si quieres sorprenderme, dime lo mismo con tus palabras. Dime en tu voz lo que sientes y no te refugies en palabras acartonadas.-
-Pensaba que así…-
-Así es fácil. Sé un hombre. Sé verdad.-
El silencio de su padre lo saca de los recuerdos. Sonríe, asiente y dice que quiere nadar un rato. Perder la gravedad debería ayudarlo a recordar quién era esa mujer y por qué emana de ella esa podredumbre con tufo a amenaza.
Daniel despierta con un ligero dolor de cabeza y asco. La siesta no lo ayudó mucho. Este es uno de esos días en los que nada lo ayudará mucho.
Debe ser tan fácil ser ella u otra. O tal vez un hombre. ¿Qué eres ahora? Tu corazón sigue latiendo, pero ya no importa mucho. Tus manos tiritan por otra dosis. Quieres un golpe. Lo necesitas. Belleza, a eso se reduce todo, a la belleza. La belleza de romper con todo en cosa de meses. Pensaste que siendo deseada tendrías todo, hasta que lo conociste. Sus ojos negros, su sonrisa rápida, sus manos suaves. Te dio tu primer orgasmo múltiple. ¿Cuántas horas muertas pasaron mientras acariciabas el vello de su pecho? Y ahora tus uñas están rotas, como tus manos. Pequeñas heridas dejan salir pequeñas gotas. Ahora tus morenas manos están siempre perladas en carmesí. Una dosis más. Tratas de controlar tu respiración. El sudor te hace arder los ojos y tu pulso te traiciona. La habitación es cada vez más pequeña. Los ronquidos del tipo se hacen cada vez más fuertes. Una dosis más. Tal vez en sus pantalones. Te acercas y buscas en sus bolsillos. Nada. Una pequeña bolsita en su billetera, pero no le queda nada, sólo residuos. Igual te metes el plástico a la nariz y aspiras. Un poco. Necesitas más. Las paredes cambian de color y ahora llevas un vestido floreado. No recuerdas haberlo comprado ni habértelo puesto. Es una talla más grande y te queda flotando a la altura de los pechos. ¿Qué han hecho con mis pechos? Te acercas nuevamente a la cama y ahora es una mujer la que duerme, y luego aparece él, con sus ojos negros y sus manos grandes, pero ya no sonríe. Te llama nombres y luego te lanza algo. Una dosis más y cierras los ojos. ¡ASPIRA!
Los resultados llegan. Cancer. Terminal. 5 meses sin quimio. E incluso si accediese al tratamiento, un año. Acabas de perder a tu madre, Dany-boy. Acabas de quedarte sólo en el mundo. ¿Y tu reacción? ¿No es ese un vodka? Toma el auto y vete lejos. Ahora es cuando, Dany-boy. Nadie espera nada de ti. Nunca lo hicieron. Cinco putos meses y no le diste la mano siquiera. Vete lejos, Dany-boy, aquí nadie te quiere ni te necesita. Busca el número de la niña de anoche. La llama. Media hora después está en su casa. Una hora después ya están follando. Pasarán la siguiente hora en la cama. Ella le hablará de cosas sin importancia y él mirará el techo. Eventualmente Daniel se largará a llorar. Ella le preguntará que le pasa y él le contará todo. Ella le soltará la mano y lo golpeará en el rostro. Ya no eres humano, Dany-boy. Bienvenido al club.
El frío del metal contra su mano. Siempre pensó que eran más ligeras. La levanta y apunta al florero al fondo del jardín. Baja el arma, toma un trago de whisky y lanza la botella al aire. Dos disparos y fragmentos de vidrio llueven sobre su cabeza. El florero estalla poco después de que la primera gota caiga sobre sus cabellos. Una sonrisa, una bala y una lluvia de whisky es un final apropiado.
Y aquí es cuando te conocí ¿Lo recuerdas? Tu vestido floreado estaba rajado y dejaba ver la areola de tu pezón izquierdo. Te llevé a mi departamento y te di toda la cocaína que pudiese jalar. Te tomaste una botella de whisky que encontraste en alguna de mis repisas y te quedaste dormida en la terraza, con la botella en la mano. Te di un baño en la tina, pero me aseguré que el agua estuviese tibia para no despertarte. Estuviste dormida por dos noches y un día. Cuando despertaste te di de comer y te pedí llorando que me dejaras ayudarte. No sabes cuantas noches soñé con esto. Desde que éramos niños, soñaba con apoyar mi cabeza en tu pecho y sentir tus latidos. De besar tus labios suavemente, con apenas un roce. Quería decirte tantas cosas y lo único que podía hacer era pedirte que me dejaras volver a armarte. Siempre he sido un tonto.
Daniel marca el número de su hermana por quinta consecutiva. No hay respuesta. La empleada le dijo que había salido apurada y no dijo donde iba. El guardia del condominio le dijo que había salido. Que llevaba un vestido rojo y se había subido a un auto azul que la esperaba en la esquina. No, no vio quién manejaba ni la patente. Daniel necesita encontrarla. Ella es la clave para su redención. Pregunta a todo el mundo conocido, pero nadie sabe de ella. Alguien le dice que fue a encontrarse con Leo. Que Leo dijo que le iba a pedir matrimonio y que estaba seguro que era ella. No, no se lo dijo a él, se lo dijo a la amiga de su hermana, y él la escuchó hablar por teléfono. Daniel ahora sabe donde se dirigen, al Café de los Recuerdos. Danielito, tu viaje por la redención va a ser más una carrera.
Ahí estaba él. Leonardo sentado en la mesa que antes era su mesa. No estaba solo. Leonardo sentado en lo que antes era su mesa, que ahora debía ser de ellos. Eran otras uñas las que se clavaban en sus muñecas, otros labios que rozaban sus labios. Otros ojos lo entretenían. Sintió el sucio y frío mango de la pistola en su bolso y dio un largo y delicado paso.
-Supongo que nunca pensaste encontrarme donde siempre.-
Christine siempre había tenido tal elocuencia frente a situaciones macabras.
Y te voy a amar por siempre y cariño como no te das cuenta que no voy a estar tranquilo sin tenerte en mis brazos. Deja el whisky en la repisa y lo tomaré yo solo. Y nunca me gustó tu pelo ni esa gente con la que te acostabas. Y no voy a estar tranquilo hasta abrazarte fuerte y te amo para siempre cariño como no te das cuenta que no voy a estar satisfecho hasta apretarte contra mí. Deja el whisky en la repisa. Cómo no te das cuenta que no estoy satisfecho…
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